martes, 28 de diciembre de 2010

Comenzamos hoy la Antropología Teológica

Queridos amigos del Aula Teológica de Cerredo.

Vamos a introducir algunos cambios en el programa. En vez de comenzar con la Teología Trinitaria, seguiremos otro esquema:

En primer lugar, dedicaremos seis lecciones a la Antropología Teológica, otras cuatro a la Creación y otras cinco a la Cristología.

sábado, 18 de diciembre de 2010

La credibilidad

La credibilidad de las Sagradas Escrituras. Lección tenida el martes 14 de diciembre. Clicando sobre el título abriréis la presentación.

miércoles, 27 de octubre de 2010

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sábado, 9 de octubre de 2010

Yo soy la vid verdadera

¿Qué significan estas palabras de Jesús?

¿Acaso las otras las vides, las que conocemos, no son verdaderas vides; es decir, son falsas?

¡Claro que no! Lo que está indicando Jesús al decir "Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador" (Jn 15, 1) no es que las vides no son vides, sino que en Él se encuentra el significado simbólico que tiene la vid. Dicho de otra manera, lo que significa la vid es tan grande que ninguna vid del mundo ni todas juntas lo pueden realizar. Y por eso son "falsas", porque significan algo que está fuera de ellas. Jesús es la Persona que ha venido a cumplir lo significado en la vid. Por eso puede decir que es la vid verdadera.

¿Y qué significado tiene la vid?

Para eso debemos conocer una tradición oriental antiquísima en la que se sitúa Jesús. El árbol de la vida plantado en medio del Paraíso era precisamente una vid. ¿Por qué se llamaba el árbol de la vida? Porque quien comía de su fruto recibía la inmortalidad.

También en esto Jesús es la vid verdadera, porque no se limita a dar la inmortalidad sino que otorga la vida eterna a quienes comen de su fruto.

¿Y no es presuntuoso Jesús al presentarse de esta manera y al afirmar tan rotundamente: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos: el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada"? Ciertamente, si Jesús fuese un simple hombre, sus palabras serían necesariamente falsas y engañosas, como las que salen de la boca de todos los ideólogos "salvadores" que en el mundo ha habido. Sin embargo, sus palabras son verdaderas porque Él es el Hijo de Dios que se ha hecho "carne" para que en ella nos salvemos todos. Por el Bautismo nos incorporamos a Cristo y por la fe permanecemos en Él. Por eso puede decir sin presunción alguna que sin Él no podemos hacer nada. La Vida Eterna es un don que nos ofrece Dios Padre, el labrador, por medio de su Hijo, que es el verdadero árbol de la vida.

viernes, 8 de octubre de 2010

Denominación de origen: Paraíso



"Yo soy la vid, vosotros los sarmientos" (Jn 15, 5).

Jesús no hubiera podido decir estas palabras si la vid no tuviera en sí misma la capacidad de significar a Cristo. Hoy en día, cuando las empresas tienen gran interés en que sus productos puedan pertenecer a una determinada "denominación de origen", sobre todo cuando ésta tiene solera y prestigio, conviene examinar brevemente qué significado tiene la vid en el orden de la Creación y de la Primera Alianza.

La vid tiene una buena denominación de origen: el Paraíso. Mejor imposible. Y eso hay que entenderlo en un sentido pleno, es decir, referido tanto al paraíso terrenal como al celestial.

En efecto, hay una tradición (no ciertamente universal, pero si de varios milenios de antigüedad) que identifica en una vid el Árbol de la Vida que Dios plantó en medio del Edén. En este árbol se cifraba un deseo especialmente sentido por los hombres antiguos, el de lograr la inmortalidad. Así se representaba en muchas de las culturas antiguas. El Árbol de la Vida se llamaría así porque quien tomara de su fruto ya no perecería jamás. ¡Que bien compaginan esos deseos humanos con la correspondiente voluntad divina de saciarlos por completo! En la Primera Alianza estaba anunciado Cristo, como Deseado de las Gentes, aquél que es el Camino, la Verdad y la Vida. "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15, 5-6).

Después de la caída de nuestros primeros padres la vid siguió siendo considerada como un don divino que no habría quedado afectado por el cataclismo cósmico. Así Noé quiso plantar una vid como primer acto significativo del deseo de volver a recomenzar, una vez se retiraron las aguas del diluvio: era un modo de fundamentar la vida según los designios de Dios. Desde entonces, la vid sería el signo mesiánico por excelencia: "Vienen días, oráculo del Señor, en los cuales el que ara pisará los talones al segador, y el que vendimia al sembrador. Los montes harán correr el mosto y destilarán todos los collados" (Am 9, 13). La Fiesta de los Tabernáculos, inicialmente dedicada a la vendimia, recordaría la alegría de la llegada a la Tierra prometida y, al mismo tiempo, profetizaría la Ciudad Celestial: "al final de los tiempos... cada uno se sentará bajo su parra y su higuera, sin que nadie lo inquiete" (Miq 4, 4).

Este significado escatológico de la vid explica muy bien el sentido de las palabras pronunciadas por Jesús en la última Cena: "Os aseguro que desde ahora no beberé de ese fruto de la vid hasta aquel día en que lo beba con vosotros de nuevo, en el Reino de mî Padre" (Mt 26, 29).

jueves, 7 de octubre de 2010

Dos copas, un sólo cáliz

"Cómo quisiera ser la flor que te doy y no quien te la da", dijo una vez el poeta. Con estas palabras se expresa el límite del amor humano. Los amantes quieren identificarse entre sí. Les gustaría fundirse en la unidad del abrazo. Sin embargo, nunca dejan de ser dos. Incluso en el acto conyugal, máxima expresión de la entrega personal y símbolo vital de la comunión de las personas Divinas, los cónyuges siguen siendo dos y no una sola cosa como esa breve experiencia y la fe les enseña: "Por eso el hombre abandonará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán una sola carne" (Gn 2, 24).

El amor humano es limitado. Todos los esposos, en muchas culturas y épocas distintas, brindan elevando al cielo sus copas rebosantes de vino generoso para que todos sean testigos del amor que se prometen. El vino es el símbolo de su amor eterno y de la alianza que han sellado con las palabras del consentimiento y con la unión de sus cuerpos. "Ya no son dos sino una sola carne" (Mt 19, 6), confirmó el mismo Jesús, hablando de la unión conyugal de todos cuantos siguen el ejemplo de Adán y Eva y reciben la misma bendición divina.

Ese efecto de la unión, sin embargo, es más divino que humano. Humano, porque se trata del deseo más hondo y sincero de los amantes. Divino, porque sólo Dios puede hacer realidad ese deseo, que de otro modo sería pura veleidad. El amor es una locura divina. La pone Dios en el corazón del hombre y de la mujer, como un anhelo de felicidad eterna, de fuente inagotable. El amor da sentido a nuestras vidas y la embriaguez del brindis nupcial da testimonio de que lo hemos encontrado.

Sin embargo, los que brindan siguen teniendo la copa en sus manos después de brindar; los amantes, si no se separan antes, amanecen también el uno junto al otro experimentando el abismo que se tiende entre ellos a pesar de la cercanía física.

¿Qué significa esto? ¿Que el amor es falso? ¿Que no une y transforma a los amantes?

Nada de eso. El amor es la mayor fuerza unitiva y transformadora que existe. Pero no hay que confundir el amor con el eros. Entre el amor y el eros corre la misma relación que entre el todo y la parte. El eros es la dimensión afectiva del amor, su expresión más característica y por eso es tan fácil confundirla. Muchas historias de amor, muchas películas románticas se detienen a narrar o describir únicamente esta fase del enamoramiento. Allí está el brindis como aparente culminación del amor. Ambos amantes unen sus vidas para siempre y el vino que beben y las copas con las que brindan lo testimonia ante la sociedad.

El brindis es más bien el símbolo del compromiso, de la mutua entrega iniciada en la alianza conyugal. El amor es lo que hará posible que esa entrega se consuma en la entera existencia de los esposos y se proyecte hacia la vida eterna. Esta misión no podrá ser llevada a cabo únicamente con los afectos y sentimientos, con las ardientes llamas del eros. Le corresponde a la voluntad de los amantes mantener encendido el amor y será necesario saber que las llamas deberán convertirse en brasas que dan calor permanente.

Si antes del brindis nupcial los esposos podrían decirse "te amo porque te quiero", ahora en cambio deberían afirmar lo contrario: "Te quiero porque te amo". Ya no es el sentimiento lo que está en primer término. A partir de ahora me comprometo a quererte. Y te querré aunque no lo sienta. Puedo comprometerme a amarte así, para siempre. En cambio, no puedo garantizar que siempre te querré con amor de sentimiento.

El amor, como la vida de la persona, tiene su curso natural. Algunos querrían que el amor se detuviera en sus primeras fases, de la misma manera que algunos no se resisten a abandonar la adolescencia y primera juventud. El amor tiene que madurar.

¿Y es posible realizar este compromiso y llevarlo a la práctica durante toda la vida? Es muy posible que el amor de los que son víctimas de la confusión antes apuntada perezca en el camino. Quizá ni siquiera lleguen a realizar el brindis nupcial, porque ya esto supone una cierta comprensión de que el amor es compromiso. Pero no es un compromiso hecho de egoísmos compartidos, sino fundado en la entrega de la persona. Por eso también muchos que comienzan la vida esponsal con ilusión experimentan sin embargo la decepción y el fracaso.

Dos copas y un cáliz. Los esposos cristianos celebran su boda de una manera característica. El consentimiento es manifestado dentro de la celebración eucarística, en la que reciben la bendición nupcial y beben del cáliz que el sacerdote les ofrece. En ese momento, los esposos están estrechando la nueva Alianza que Jesucristo estableció en Jerusalén con su muerte en la Cruz y que anticipó sacramentalmente el Jueves Santo. Allí, al acabar la cena, tomó el cáliz, lo bendijo y lo dio a beber a los discípulos diciéndoles: "tomad y bebed todos de él, porque éste el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía".

Jesús no brindó con sus discípulos. No les dijo que levantaran las copas para luego abrirles el corazón mostrando sus deseos más íntimos. No. Jesús bendijo su cáliz y dio a beber del mismo a todos los comensales. De esta manera, dejaba claro que se trata de un pacto perfecto y definitivo, porque quien lo realiza es el mismo Hijo de Dios. Queda comprometida la fidelidad de Dios con la Humanidad. Por otra parte, es el Hijo del hombre quien lo realiza. Por eso, al darnos a beber del cáliz por el consagrado nos convertimos en hermanos consanguíneos de Cristo y experimentamos las bendiciones de la Alianza eterna.

Beber del mismo cáliz de Cristo no quita importancia al brindis de los esposos. Sólo entregándose el uno al otro en alianza irrevocable podrán participar en cuanto cónyuges -es decir, unidos en el sacramento- de las bendiciones de la Nueva Alianza. Adviértase que la unión de Cristo y la Iglesia, es decir, el cáliz que juntos bebemos con Cristo, está significada por la unión de los esposos en el brindis de sus copas. Por lo tanto, el cáliz de Cristo no quita importancia a las copas de los esposos, sino que le otorga a su brindis la plenitud de significado.

¿Es posible vivir las exigencias de la entrega durante toda la vida? Sí, es posible, pero también es extraordinariamente difícil si no existe una firme voluntad en los esposos y una ayuda constante por parte de la sociedad en la que viven. Por esta razón, a los esposos cristianos hay que recordarles que acudan con frecuencia a la fuente de la gracia, en la que podrán saciar su sed de amor y encontrarán la ayuda necesaria para renovar diariamente su entrega.

Los sacramentos de la Confesión y de la Eucaristía proporcionarán a los esposos cristianos toda la ayuda necesaria para recorrer juntos el camino iniciado con el brindis nupcial. La entrega de Cristo actuará en ellos, facilitando la fidelidad a la alianza conyugal.

Cuando el sacerdote levanta el cáliz ante los esposos y les dice "La sangre de Cristo", éstos lo reciben y exclaman "Amén", antes de beber de él. Conviene preparar a los esposos para que ese "Amén" tenga toda la fuerza de un juramento eterno en el que ambos unen su amor mutuo en el Amor infinito de Cristo por su Iglesia.

miércoles, 6 de octubre de 2010

La Primera Alianza y el sacrificio de la Cruz

El sacrificio de la Cruz no habría tenido sentido si el hombre no hubiera pecado. Pero eso no significa que la Cruz no estuviera contenida en la primera Alianza, como posibilidad implícita en la entrega de Dios. Esta entrega adquiere un mayor realismo y queda reforzada por el hecho de que Dios pudo prever la caída de nuestros primeros padres y aún así quiso estrechar ese pacto esponsal y familiar con la humanidad.

Cuando un hombre y una mujer unen sus vidas en matrimonio, lo que están haciendo es entregarse. No intercambian unos derechos entre sí ni se unen sólo durante el tiempo que les dure el amor. No hay un intercambio. Hay entrega de la persona. No saben (por lo general) qué es lo que va a suceder a partir de aquel momento, pero sí deben saber que las palabras pronunciadas suponen la aceptación de la persona del otro "en la salud y en la enfermedad, en la buena y en la mala suerte”.

Quizá no sabe el esposo que su mujer está ya incubando una enfermedad degenerativa que le irá arrebatando la vida poco a poco. Y el consentimiento matrimonial incluía sus cuidados, pacientes, incluso heroicos.

Así ocurrió con la Primera Alianza en la que el destino de la humanidad quedó ligado con el de su Creador. Todas las demás Alianzas que Dios fue estableciendo pacientemente con nosotros estaban en cierto modo contenidas implícitamente en la Primera de ellas. La Encarnación no era sólo un proyecto unilateral, sino un verdadero compromiso de Dios, que es Fiel. Los dones de Dios son irrevocables, enseña san Pablo.

¿Qué nos había dado Dios? Se había entregado a sí mismo. Es ésta la gran maravilla a la que los hombres no nos acostumbramos nunca y que incluso es abiertamente rechazada por muchos. La entrega de Dios, después de la caída de nuestros primeros padres, resulta todavía más increíble. Jesucristo es quien nos ha facilitado poder creer en el amor de Dios y en su entrega. La muerte de cruz no estaba prevista en la primera Alianza. ¿Cómo iba a serlo? Sin embargo, sí que puede decirse que estaba contenida en ella. Como le sucede al esposo que acompaña a su esposa en el lecho de enfermedad y esos cuidados le acarrean su propia muerte. Entregar la vida es precisamente incluir la propia muerte en la donación de sí mismo. Una entrega que no incluye la propia muerte (como posibilidad) no merece tal nombre. “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos”, enseñó Jesús a sus discípulos.

Hemos tardado muchos siglos en descubrir que la muerte de Jesucristo en la Cruz nos está revelando algo que ya está contenido desde antes de la creación del mundo: su entrega como Esposo. Allí se ve hasta qué punto Dios nos ama. Ciertamente, no se hubiera producido la muerte del Hijo de Dios si no hubiese habido la caída de los primeros padres en aquel mundo paradisíaco que, destruyéndolo, precedió al nuestro. Pero en la entrega del Verbo estaba implícitamente contenida esa posibilidad. Entre otras cosas, la muerte es fruto del pecado y no creación de Dios. En la Primera Alianza no estaba contemplada la muerte de nadie, ni tampoco el pecado y el dolor. En consecuencia, probablemente sobraban los sacrificios.

Indicios de la Primera Alianza: la liturgia cósmica

El big bang es la teoría física acerca del inicio del universo que ha alcanzado mayor popularidad. Uno de los descubrimientos que parece corroborar esa teoría es el efectuado en 1965 por A. Penzias y R.Wilson consistente en haber detectado la existencia de una radiación cósmica de fondo, extendida por todo el Universo y cuyo origen se encontraría en dicha explosión primordial.

Esta teoría no es contraria a la fe cristiana. Sencillamente se mueve en el plano de la ciencia. Otra cosa es que para un profano en estas materias científicas, como es mi caso, la formulación de la teoría del Big Bang o del descubrimiento de la radiación cósmica de fondo constituyan auténticos misterios que acepto con un acto de fe humana. Ciertamente no se trata de misterios en sentido objetivo: misterio y ciencia experimental son conceptos que se excluyen. Hablo aquí en sentido impropio y subjetivo: por mucho que intenten explicarme este fenómeno ―y hay quien lo ha intentado varias veces― el tema de las radiaciones cósmicas me supera. No puedo llegar a entenderlo.

Supongo que un científico que ha dedicado años a la investigación relativa a la constitución del Universo podrá sentirse en una situación parecida a la mía, cuando yo trate de explicarle en qué consiste la liturgia cósmica. Es posible que se muestre interesado, si es cristiano o sencillamente tiene una mente abierta a las realidades no mensurables mediante instrumentos empíricos.

Tengo para mí que hay una cierta semejanza entre las radiaciones cósmicas de fondo y lo que Benedicto XVI, entre otros, denomina las liturgias cósmicas. La Teología nos enseña que en el centro de la realidad existe un acto creador de Dios ex nihilo (es decir, de la nada). El cosmos no es un universo que ha venido a la existencia por casualidad o producido por una divinidad juguetona o caprichosa. Todo ha sido creado por Dios para el hombre, que ocupa el centro del universo.

Y ese hombre que ocupa el centro del universo ―no entendido en sentido local, sino ontológico― cuando cobra conciencia de ello gracias a la fe religiosa, sabe descubrir en el cosmos algo así como una radiación de fondo que consiste en esa referencia de la criatura hacia el creador, es decir, siente de alguna manera el amor del Creador. Quizá no está tematizado racionalmente, como ocurre con el teólogo cristiano. Pero el hombre religioso advierte en la naturaleza signos o símbolos que le hablan del Creador y a través de ellos le rinde culto. No importa cuál sea el credo religioso que profese.


Más allá del inicio fáctico del universo material existe una Primera Alianza de Dios con los hombres, como hemos venido explicando en esta sección. Una Alianza que es el origen de todo lo creado. El mundo es el jardín en el que el Esposo ha querido vivir con su Esposa, la Humanidad. El hombre ha sido querido por sí mismo. Las cosas todas han sido creadas con un fin, para el servicio del hombre. El hombre da gloria a Dios trabajando el universo y convirtiéndolo en un cosmos habitable, es decir, humanizándolo, haciéndolo su casa.


¿Acaso no se pintó el Edén como un jardín en el que el Creador solía pasear junto con el hombre? (Cf Gn 3, 8). Cuando el hombre siente el mundo como un jardín no lo domina despóticamente, actuando de manera semejante a los niños caprichosos que rompen los juguetes. En su relación con la naturaleza el hombre religioso descubre un regalo, algo valioso que hay que cultivar y mejorar. Culto y cultivo son palabras que proceden de la misma raíz.


Pues bien, toda Alianza tiene su liturgia. El Antiguo Testamento contiene infinidad de leyes o preceptos cultuales, multitud de sacrificios con que los creyentes ofrecían a Dios el culto que le debían, por ser el Dios de la Alianza que había establecido con los Patriarcas. La Iglesia vive de la Eucaristía, que el principal signo de la Nueva y definitiva Alianza, memorial de la muerte de nuestro Salvador Jesucristo.


Si hablamos de una primera Alianza, establecida antes de la constitución del mundo, es lógico que debamos encontrar un culto, una liturgia, algo que testimonie la verdad de la afirmación. De manera parecida a como la constatación de las radiaciones cósmicas de fondo han supuesto un espaldarazo a la teoría del big bang, la primera Alianza está postulando la presencia de una liturgia cósmica de fondo, un culto del hombre que percibe en la naturaleza la mano amorosa de un Dios creador.

jueves, 30 de septiembre de 2010

La primera Alianza: una alianza frustrada pero real

Si existe una Primera Alianza, distinta de la que Dios estableció con el Pueblo de Israel -Antigua Alianza- y de la que culminó con la Pascua cristiana -Nueva y Definitiva Alianza- ¿por qué nunca se oye hablar de ella?

La razón es sencilla. En sentido estricto, el pecado de Adán y Eva supuso una negación a la mano tendida por Dios en signo de Alianza. Quedó frustrada, pero en este enlace podrás comprender por qué razón se puede seguir hablando de ella como de algo real y con importantes consecuencias teológicas:

las bodas, signo de una alianza frustrada pero real.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Escena clave de la película "El indomable Will Hunting"



En esta escena del "Indomable Will Hunting" se encuentra el punto central de la película. Para que el chaval pueda "salvarse" es necesario que se cree una relación de confianza. Sin confianza no puede haber revelación. Dios no pretende la sumisión del hombre, sino que éste reconozca la relación que le une a Él: Dios no sólo es Creador sino también Salvador del hombre. Hemos sido creados por el amor y para el Amor.

martes, 28 de septiembre de 2010

El verbo se hizo carne

El misterio escondido de Dios se encuentra revelado -desvelado y velado al mismo tiempo- en esta frase central del Evangelio de San Juan 1, 14: "El Verbo se hizo carne y puso su Morada entre nosotros".

La Revelación cristiana se resume en esas palabras. Dios es un misterio de amor y de comunión de personas y nosotros estamos llamados desde antes de la Creación a entrar en comunión con El, siendo hijos en el Hijo.

En este enlace podrás encontrar una explicación del significado de la carne que permita vislumbrar la hondura de este Misterio escondido. Se trata del primer capítulo del libro "Familia y Eucaristía": Dos pájaros de un tiro., que se está publicando en formato de libro-blog en Familia en construcción.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Introducción a la Teología Fundamental

El próximo martes 28 tendremos la primera sesión de Teología Fundamental. En este vídeo que os adjunto dispondréis de un anticipo de lo que nos ocupará a lo largo de las próxima semanas. En él, además de explicar cuáles serán los principales temas, expongo también cuáles serán las herramientas que emplearemos a lo largo del curso.

Por una parte: introduciré en un vídeo-post o entrada del blog las introducciones generales a cada una de las asignaturas que componen este curso de Teología intensiva.

Por otra parte, os proporcionaré un enlace para que podáis seguir la asignatura en una exposición o mapa gráfico de la misma. En una de las páginas de este blog -a la que tenéis acceso mediante una pestaña situada a la derecha y bajo la cabecera- podréis consultar un enlace permanente a esta herramienta de trabajo.

En dicho mapa del curso también podréis encontrar los distintos media: imágenes, vídeos o enlaces a las entradas del blog o a otros materiales o documentos útiles.


martes, 14 de septiembre de 2010

Noción y naturaleza de la Teología (Presentación)

Lectura aconsejada: La vocación del teólogo

En 1990, siendo su Prefecto el Cardenal Ratzinger, la Congregación de la Doctrina de la Fe emanó una  Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo en la que se sale al paso de un problema especialmente grave en la Iglesia, la idea de que en el ejercicio de su actividad científica los teólogos puedan elaborar planteamientos al margen del Magisterio de la Iglesia y mantener legítimamente lo que algunos han llamado el disenso.

A continuación reproducimos un pasaje especialmente interesante de esta Instrucción, en el que se explica cuál es la vocación del teólogo.


II. La vocación del teólogo

6. Entre las vocaciones suscitadas de ese modo por el Espíritu en la iglesia se distingue la del teólogo, que tiene la función especial de lograr, en comunión con el Magisterio, una comprensión cada vez más profunda de la Palabra de Dios contenida en la Escritura inspirada y transmitida por la tradición viva de la iglesia.
Por su propia naturaleza la fe interpela la inteligencia, porque descubre al hombre la verdad sobre su destino y el camino para alcanzarlo. Aunque la ver-dad revelada supere nuestro modo de hablar y nuestros conceptos sean imperfectos frente a su insondable grandeza (cf. Ef 3, 19), sin embargo invita a nuestra razón —don de Dios otorgado para captar la verdad— a entrar en su luz, capacitándola así para comprender en cierta medida lo que ha creído. La ciencia teológica, que busca la inteligencia de la fe respondiendo a la invitación de la voz de la verdad ayuda al pueblo de Dios, según el mandamiento del Apóstol (cf. 1 P 3, 15), a dar cuenta de su esperanza a aquellos que se lo piden.

7. El trabajo del teólogo responde de ese modo al dinamismo presente en la fe misma: por su propia naturaleza la Ver-dad quiere comunicarse, porque el hombre ha sido creado para percibir la verdad y desea en lo más profundo de sí mismo conocerla para encontrarse en ella y descubrir allí su salvación (cf. 1 Tm 2, 4). Por esta razón el Señor ha enviado a sus apóstoles para que conviertan en “discípulos” todos los pueblos y les prediquen (cf. Mt 28, 19 s.). La teología que indaga la “razón de la fe” y la ofrece como respuesta a quienes la buscan, constituye parte integral de la obediencia a este mandato, porque los hombres no pueden llegar a ser discípu-los si no se les presenta la verdad conte-nida en la palabra de la fe (cf. Rm 10, 14 s.).

La teología contribuye, pues, a que la fe sea comunicable y a que la inteligen-cia de los que no conocen todavía a Cristo la pueda buscar y encontrar. La teología, que obedece así al impulso de la verdad que tiende a comunicarse, al mismo tiempo nace también del amor y de su dinamismo: en el acto de fe, el hombre conoce la bondad de Dios y comienza a amarlo, y el amor desea conocer siempre mejor a aquel que ama3. De este doble origen de la teología, enraizado en la vida interna del pueblo de Dios y en su vocación misionera, deriva el modo con el cual ha de ser elaborada para satisfacer las exigencias de su misma naturaleza.

8. Puesto que el objeto de la teología es la Verdad, el Dios vivo y su designio de salvación revelado en Jesucristo, el teólogo está llamado a intensificar su vida de fe y a unir siempre la investigación científica y la oración. Así estará más abierto al “sentido sobrenatural de la fe” del cual dependa y que se le manifestará como regla segura para guiar su reflexión y medir la seriedad de sus conclusiones,

9. A lo largo de los siglos la teología se ha constituido progresivamente en un verdadero y propio saber científico. Por consiguiente es necesario que el teólogo esté atento a las exigencias epistemológicas de su disciplina, a los requisitos de rigor crítico y, por lo tanto, al control racional de cada una de las etapas de su investigación. Pero la exigencia crítica no puede identificarse con el espíritu crítico que nace más bien de motivaciones de carácter afectivo o de prejuicios. El teólogo debe discernir en sí mismo el origen y las motivaciones de su actitud crítica y dejar que su mirada se purifique por la fe. El quehacer teológico exige un esfuerzo espiritual de rectitud y de santificación.

l0. La verdad revelada aunque trasciende la razón humana, está en profunda armonía con ella. Esto supone que la razón esté por su misma naturaleza ordenada a la verdad de modo que, ilumina-da por la fe, pueda penetrar el significa-do de la revelación. En contra de las afirmaciones de muchas corrientes filosóficas, pero en conformidad con el recto modo de pensar que encuentra confirmación en la Escritura se debe reconocer la capacidad que posee la razón humana para alcanzar la verdad, como también su capacidad metafísica de conocer a Dios a partir de lo creado.

La tarea, propia de la teología, de comprender el sentido de la revelación exige, por consiguiente, la utilización de conocimientos filosóficos que proporcionen “un sólido y armónico conocimiento del hombre, del mundo y de Dios”, y puedan ser asumidos en la reflexión sobre la doctrina revelada. Las ciencias históricas igualmente son necesarias para los estudios del teólogo, debido sobre todo al carácter histórico de la revelación, que nos ha sido comunicada en una “historia de salvación”. Finalmente se debe recurrir también a las “ciencias humanas”, para comprender mejor la verdad revelada sobre el hombre y sobre las normas morales de su obrar, ponien

En esta perspectiva corresponde a la tarea del teólogo asumir elementos de la cultura de su ambiente que le permitan evidenciar uno u otro aspecto de los misterios de la fe. Dicha tarea es cierta-mente ardua y comporta riesgos, pero en sí misma es legítima y debe ser impulsada.

Al respecto, es importante subrayar que la utilización por parte de la teología de elementos e instrumentos conceptuales provenientes de la filosofía o de otras disciplinas exige un discernimiento que tiene su principio normativo último en la doctrina revelada. Es ésta la que debe suministrar los criterios para el discernimiento de esos elementos e instrumentos conceptuales, y no al contrario.

11. El teólogo, sin olvidar jamás que también es un miembro del pueblo de Dios, debe respetarlo y comprometerse a darle una enseñanza que no lesione en lo más mínimo la doctrina de la fe.

La libertad propia de la investigación teológica se ejerce dentro de la fe de la iglesia. Por tanto, la audacia que se impone a menudo a la conciencia del teólogo no puede dar frutos y “edificar” si no está acompañada por la paciencia de la maduración. Las nuevas propuestas presentadas por la inteligencia de la fe “no son más que una oferta a toda la iglesia. Muchas cosas deben ser corregidas y ampliadas en un diálogo fraterno hasta que toda la Iglesia pueda aceptarlas. La teología, en el fondo, debe ser un servicio muy desinteresado a la comunidad de los creyentes. Por ese motivo, de su esencia forman parte la discusión imparcial y objetiva, el diálogo fraterno, la apertura y la disposición de cambio de cara a las propias opiniones”.

12. La libertad de investigación, a la cual tiende justamente la comunidad de los hombres de ciencia como a uno de sus bienes más preciosos, significa disponibilidad a acoger la verdad tal como se presenta al final de la investigación, en la que no debe haber intervenido ningún elemento extraño a las exigencias de un método que corresponda al objeto estudiado.

En teología esta libertad de investigación se inscribe dentro de un saber racional cuyo objeto ha sido dado por la revelación, transmitida e interpretada en la iglesia bajo la autoridad del Magisterio y acogida por la fe. Desatender estos datos, que tienen valor de principio, equivaldría a dejar de hacer teología. A fin de precisar las modalidades de esta relación con el Magisterio, conviene reflexionar ahora sobre el papel de este último en la Iglesia


(Leer documento entero)

jueves, 9 de septiembre de 2010

La teofanía en la encina de mambré

El icono de la Santísima Trinidad de Peter Rublev expresa con gran perfección artística el misterio escondido de Dios: la Santísima Trinidad y la Encarnación del Verbo. En él se refleja la teofanía −es decir la manifestación divina− junto a la encina de Mambré. No se trata de una revelación en sentido estricto, sino más bien de lo que en Teología se conoce como una figura o tipo. Sólo a la luz de la realidad anunciada o profetizada puede entenderse la figura. Únicamente desde la efectiva realización del hecho o misterio significado puede comprenderse el carácter de figura del suceso que sirve de signo.
El icono escenifica la aparición de Yahvé a Abrahán. «Se le apareció Yahvé en la encina de Mambré, estando él sentado a la puerta de su tienda en lo más caluroso del día. Levantó los ojos y vio que había tres individuos parados a su vera» (Gn 18, 1-2). A lo largo de la narración se sucede este uso indistinto del singular y del plural. Se aparece Yahvé, pero al levantar la mirada ve a tres personas. En el diálogo hay frases que se atribuyen a los tres y otras que son pronunciadas por «aquél», es decir, Yahvé.
El momento es de una gran trascendencia. Abrahán ya ha recibido la promesa de Dios, a la edad de noventa y nueve años: «Por mi parte ésta es mi alianza contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos. No te llamarás Abrán, sino que tu nombre será Abrahán, pues te he constituido padre de muchedumbres de pueblos. Te haré fecundo sobremanera» (Gn 17, 4-6). Abrahán advierte que esta aparición guarda relación con esta promesa de fecundidad y descendencia y acude en busca de Sara, su mujer, para que ésta prepare un banquete con que obsequiar a los visitantes.
El diálogo principal se produce después de que ellos hayan comido. Al parecer, Abrahán está ante ellos, en pie, debajo del árbol. Ellos le dijeron: «Dónde está tu mujer, Sara» (Gn 18, 9). Abrahán señaló detrás de ellos, diciendo: «ahí, en la tienda». Entonces, «aquél» dijo: «Volveré sin falta a ti pasado el tiempo de un embarazo, y para entonces tu mujer Sara tendrá un hijo» (Gn 18, 18). El anuncio es tan insólito que provoca la risa de Sara, que podía escuchar la conversación desde la tienda. Yahvé le pregunta a Abrahán por qué razón se ha reído su mujer, originándose un diálogo entrañable entre Yahvé y Sara, en el que Dios condesciende con las mentiras y los miedos de la mujer.
Esta es la escena que reproduce el icono de Rublev. En la parte superior de la imagen se advierten −de izquierda a derecha− una casa, un árbol y una montaña cubierta con una nube. Los tres personajes están sentados alrededor de una mesa, de modo que con la posición de sus cuerpos y los elementos en los que descansan, configuran al mismo tiempo un círculo y un octógono. Dejando de lado los posibles significados de la figura octogonal −pueden descubrirse incluso dos octógonos: uno que engloba sólo a las figuras centrales y otro, más alargado, que alcanza los elementos superiores−, el círculo tiene un importante significado simbólico: expresa gráficamente una propiedad característica de la Trinidad: la perichoresis, término griego que significa literalmente danza, y con el que se quiere indicar la mutua inmanencia de las Personas divinas, en cuya virtud son tres Personas en una sola naturaleza1. El movimiento circular −el amor − comienza en las Personas divinas y se comunica a la entera Creación. No se detiene en el pecado de los hombres, sino que se intensifica más aún en la Redención.
El suceso «figura», la teofanía de Yahvé en la encina de Mambré, tiene como fin inmediato anunciar a Abrahán (y a Sara, que está escuchando la conversación desde la tienda) que va a ser Padre de una muchedumbre a través del hijo que va a tener con Sara, a la sazón una anciana. Parece claro que lo importante del anuncio no es tanto la concepción y nacimiento de Isaac, sino más bien la muchedumbre de pueblos de los que Abrahán será padre por razón del Mesías que nacerá de su linaje.