El big bang es la teoría física acerca del inicio del universo que ha alcanzado mayor popularidad. Uno de los descubrimientos que parece corroborar esa teoría es el efectuado en 1965 por A. Penzias y R.Wilson consistente en haber detectado la existencia de una radiación cósmica de fondo, extendida por todo el Universo y cuyo origen se encontraría en dicha explosión primordial.
Esta teoría no es contraria a la fe cristiana. Sencillamente se mueve en el plano de la ciencia. Otra cosa es que para un profano en estas materias científicas, como es mi caso, la formulación de la teoría del Big Bang o del descubrimiento de la radiación cósmica de fondo constituyan auténticos misterios que acepto con un acto de fe humana. Ciertamente no se trata de misterios en sentido objetivo: misterio y ciencia experimental son conceptos que se excluyen. Hablo aquí en sentido impropio y subjetivo: por mucho que intenten explicarme este fenómeno ―y hay quien lo ha intentado varias veces― el tema de las radiaciones cósmicas me supera. No puedo llegar a entenderlo.
Supongo que un científico que ha dedicado años a la investigación relativa a la constitución del Universo podrá sentirse en una situación parecida a la mía, cuando yo trate de explicarle en qué consiste la liturgia cósmica. Es posible que se muestre interesado, si es cristiano o sencillamente tiene una mente abierta a las realidades no mensurables mediante instrumentos empíricos.
Tengo para mí que hay una cierta semejanza entre las radiaciones cósmicas de fondo y lo que Benedicto XVI, entre otros, denomina las liturgias cósmicas. La Teología nos enseña que en el centro de la realidad existe un acto creador de Dios ex nihilo (es decir, de la nada). El cosmos no es un universo que ha venido a la existencia por casualidad o producido por una divinidad juguetona o caprichosa. Todo ha sido creado por Dios para el hombre, que ocupa el centro del universo.
Y ese hombre que ocupa el centro del universo ―no entendido en sentido local, sino ontológico― cuando cobra conciencia de ello gracias a la fe religiosa, sabe descubrir en el cosmos algo así como una radiación de fondo que consiste en esa referencia de la criatura hacia el creador, es decir, siente de alguna manera el amor del Creador. Quizá no está tematizado racionalmente, como ocurre con el teólogo cristiano. Pero el hombre religioso advierte en la naturaleza signos o símbolos que le hablan del Creador y a través de ellos le rinde culto. No importa cuál sea el credo religioso que profese.
Más allá del inicio fáctico del universo material existe una Primera Alianza de Dios con los hombres, como hemos venido explicando en esta sección. Una Alianza que es el origen de todo lo creado. El mundo es el jardín en el que el Esposo ha querido vivir con su Esposa, la Humanidad. El hombre ha sido querido por sí mismo. Las cosas todas han sido creadas con un fin, para el servicio del hombre. El hombre da gloria a Dios trabajando el universo y convirtiéndolo en un cosmos habitable, es decir, humanizándolo, haciéndolo su casa.
¿Acaso no se pintó el Edén como un jardín en el que el Creador solía pasear junto con el hombre? (Cf Gn 3, 8). Cuando el hombre siente el mundo como un jardín no lo domina despóticamente, actuando de manera semejante a los niños caprichosos que rompen los juguetes. En su relación con la naturaleza el hombre religioso descubre un regalo, algo valioso que hay que cultivar y mejorar. Culto y cultivo son palabras que proceden de la misma raíz.
Pues bien, toda Alianza tiene su liturgia. El Antiguo Testamento contiene infinidad de leyes o preceptos cultuales, multitud de sacrificios con que los creyentes ofrecían a Dios el culto que le debían, por ser el Dios de la Alianza que había establecido con los Patriarcas. La Iglesia vive de la Eucaristía, que el principal signo de la Nueva y definitiva Alianza, memorial de la muerte de nuestro Salvador Jesucristo.
Si hablamos de una primera Alianza, establecida antes de la constitución del mundo, es lógico que debamos encontrar un culto, una liturgia, algo que testimonie la verdad de la afirmación. De manera parecida a como la constatación de las radiaciones cósmicas de fondo han supuesto un espaldarazo a la teoría del big bang, la primera Alianza está postulando la presencia de una liturgia cósmica de fondo, un culto del hombre que percibe en la naturaleza la mano amorosa de un Dios creador.
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