martes, 14 de junio de 2011

En la mesa de la Creación

En la mesa de la Creación, que es triangular, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo ocupaban cada uno de los lados. Los ángeles estaban expectantes sobrevolando sobre ella. No había acumulaciones, porque los ángeles son espirituales y, por tanto, nadie tapa a nadie y todos pueden ver todo sin dificultad.

En ese día había mucha felicidad en el Cielo porque se había anunciado que, por fin, Dios enseñaría a sus ángeles sus planes de Salvación para el mundo que pensaba crear. Por eso les invitaron a todos a que contemplaran la maravilla de la Tierra -un mundo de espacio y de tiempo, perdido en el Universo infinito de la Materia-.

- ¿Materia? - Se decían los ángeles unos a otros. - ¿Qué es eso?

Así que había mucha expectación. Aquel día no faltó ningún ángel. Todos estaban allí. Algunos especialmente gozosos porque veían la ilusión con que las Personas divinas iban a desplegar sobre la mesa de la Creación su Plan de Salvación. Otros iban más movidos por la curiosidad, que por otra cosa. Y otros, por fin, acudían a la reunión con el alma en un puño, porque no se auguraban nada bueno.

De repente, el ángel trompetero anunció con su trompeta que iba a dar comienzo la vista previa de la Creación. Una especie de trailer de lo que iba a ser la Historia de la Humanidad. Todos guardaron silencio. Lo que vieron sobre la mesa de la Creación les dejó sobrecogidos. La materia fue creada de la nada ante sus ojos maravillados. Una explosión de luz. Estrellas y planetas se extendían en los espacios siderales. El zoom se posó en un pequeño punto del Universo, en un pequeño planeta llamado Tierra. Y allí la pantalla mostró el nacimiento de una pequeña criatura humana. Vieron en vista previa -es decir, antes de que sucediera- el nacimiento del Hijo de Dios. Sobre ese niño -el Hijo del Hombre- se alzó una gran escalera que unía el Cielo y la Tierra y a lo largo de ella los ángeles todos comenzaron a subir y bajar entonando sus cantos angélicos.

El Hijo extendió su mano y la mesa de la Creación mostró el mundo en tiempo real. Esa pantalla estaría siempre encendida y sobre ella los ángeles del cielo podrían ir y venir a sus anchas. Por algo ellos son espirituales. Pueden estar en varios sitios a la vez o moverse sin más limitaciones que las del propio pensamiento. Todavía no había sido creado el hombre. Pero Dios había anunciado que a partir de aquel momento Todo -los cielos y la tierra- y todos - los ángeles del cielo y las criaturas todas de la Tierra- iban a adorar al Hombre-Dios, el Verbo Encarnado, es decir, el Hijo de Dios hecho hombre por amor nuestro.

Hubo una explosión de alegría. El revoloteo de la alas angélicas se intensificó y los coros de los querubines alzaron un canto de alabanza a Dios.

Todos no. Hubo un grupo nutrido de descontentos. La envidia les corroía por dentro. No querían ni oír hablar de ese asunto de la Encarnación. No aceptaban el papel que se les reservaba a ellos en el conjunto de la Creación.

Lucifer y sus compinches no querían servir: "No serviremos". Y a partir de aquel momento abandonaron el Cielo. Y su principal objetivo consistió en arruinar el Plan de la Salvación. Proyectaron impedir por todos los medios que el Verbo se encarnara, es decir, que el Hijo de Dios se hiciera hombre.

Y casi lo consiguieron.

Pero no contaban con que el Amor de Dios es infinitamente misericordioso.

martes, 28 de diciembre de 2010

Comenzamos hoy la Antropología Teológica

Queridos amigos del Aula Teológica de Cerredo.

Vamos a introducir algunos cambios en el programa. En vez de comenzar con la Teología Trinitaria, seguiremos otro esquema:

En primer lugar, dedicaremos seis lecciones a la Antropología Teológica, otras cuatro a la Creación y otras cinco a la Cristología.

sábado, 18 de diciembre de 2010

La credibilidad

La credibilidad de las Sagradas Escrituras. Lección tenida el martes 14 de diciembre. Clicando sobre el título abriréis la presentación.

miércoles, 27 de octubre de 2010

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sábado, 9 de octubre de 2010

Yo soy la vid verdadera

¿Qué significan estas palabras de Jesús?

¿Acaso las otras las vides, las que conocemos, no son verdaderas vides; es decir, son falsas?

¡Claro que no! Lo que está indicando Jesús al decir "Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador" (Jn 15, 1) no es que las vides no son vides, sino que en Él se encuentra el significado simbólico que tiene la vid. Dicho de otra manera, lo que significa la vid es tan grande que ninguna vid del mundo ni todas juntas lo pueden realizar. Y por eso son "falsas", porque significan algo que está fuera de ellas. Jesús es la Persona que ha venido a cumplir lo significado en la vid. Por eso puede decir que es la vid verdadera.

¿Y qué significado tiene la vid?

Para eso debemos conocer una tradición oriental antiquísima en la que se sitúa Jesús. El árbol de la vida plantado en medio del Paraíso era precisamente una vid. ¿Por qué se llamaba el árbol de la vida? Porque quien comía de su fruto recibía la inmortalidad.

También en esto Jesús es la vid verdadera, porque no se limita a dar la inmortalidad sino que otorga la vida eterna a quienes comen de su fruto.

¿Y no es presuntuoso Jesús al presentarse de esta manera y al afirmar tan rotundamente: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos: el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada"? Ciertamente, si Jesús fuese un simple hombre, sus palabras serían necesariamente falsas y engañosas, como las que salen de la boca de todos los ideólogos "salvadores" que en el mundo ha habido. Sin embargo, sus palabras son verdaderas porque Él es el Hijo de Dios que se ha hecho "carne" para que en ella nos salvemos todos. Por el Bautismo nos incorporamos a Cristo y por la fe permanecemos en Él. Por eso puede decir sin presunción alguna que sin Él no podemos hacer nada. La Vida Eterna es un don que nos ofrece Dios Padre, el labrador, por medio de su Hijo, que es el verdadero árbol de la vida.

viernes, 8 de octubre de 2010

Denominación de origen: Paraíso



"Yo soy la vid, vosotros los sarmientos" (Jn 15, 5).

Jesús no hubiera podido decir estas palabras si la vid no tuviera en sí misma la capacidad de significar a Cristo. Hoy en día, cuando las empresas tienen gran interés en que sus productos puedan pertenecer a una determinada "denominación de origen", sobre todo cuando ésta tiene solera y prestigio, conviene examinar brevemente qué significado tiene la vid en el orden de la Creación y de la Primera Alianza.

La vid tiene una buena denominación de origen: el Paraíso. Mejor imposible. Y eso hay que entenderlo en un sentido pleno, es decir, referido tanto al paraíso terrenal como al celestial.

En efecto, hay una tradición (no ciertamente universal, pero si de varios milenios de antigüedad) que identifica en una vid el Árbol de la Vida que Dios plantó en medio del Edén. En este árbol se cifraba un deseo especialmente sentido por los hombres antiguos, el de lograr la inmortalidad. Así se representaba en muchas de las culturas antiguas. El Árbol de la Vida se llamaría así porque quien tomara de su fruto ya no perecería jamás. ¡Que bien compaginan esos deseos humanos con la correspondiente voluntad divina de saciarlos por completo! En la Primera Alianza estaba anunciado Cristo, como Deseado de las Gentes, aquél que es el Camino, la Verdad y la Vida. "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15, 5-6).

Después de la caída de nuestros primeros padres la vid siguió siendo considerada como un don divino que no habría quedado afectado por el cataclismo cósmico. Así Noé quiso plantar una vid como primer acto significativo del deseo de volver a recomenzar, una vez se retiraron las aguas del diluvio: era un modo de fundamentar la vida según los designios de Dios. Desde entonces, la vid sería el signo mesiánico por excelencia: "Vienen días, oráculo del Señor, en los cuales el que ara pisará los talones al segador, y el que vendimia al sembrador. Los montes harán correr el mosto y destilarán todos los collados" (Am 9, 13). La Fiesta de los Tabernáculos, inicialmente dedicada a la vendimia, recordaría la alegría de la llegada a la Tierra prometida y, al mismo tiempo, profetizaría la Ciudad Celestial: "al final de los tiempos... cada uno se sentará bajo su parra y su higuera, sin que nadie lo inquiete" (Miq 4, 4).

Este significado escatológico de la vid explica muy bien el sentido de las palabras pronunciadas por Jesús en la última Cena: "Os aseguro que desde ahora no beberé de ese fruto de la vid hasta aquel día en que lo beba con vosotros de nuevo, en el Reino de mî Padre" (Mt 26, 29).